lunes, 26 de noviembre de 2007

Cap. III. Peldaños de Nácar, camino de espinas


El 20 de Diciembre, temprano en la mañana, regresamos; Luis German, mis hijos y un sobrino, íbamos resuelto a completar la exploración hasta la cima, ascenderíamos por una escalinata natural que me pareció de peldaños de nácar. La escorrentía había descubierto algunas rocas metamórficas debajo de la tenue capa vegetal, estas formaban una escalera natural; las conchas que sufrieron el arrastre quedaron entre los intersticios, holladas en la tierra. A medio camino, un escalón como de un metro de altura estaba coronado por una roca de aproximada redondez, que atorada en la estrechez, se erguía como extraña puerta o tal vez como un sello que protege los tesoros de la montaña. Restos de pequeñas conchas, aglomerados y petrificados en tiempos remotos, una veta vertical de blanquecina coquina de unos 30 centímetros de ancho, expuesta por la parte inferior del escalón; forman un lindero natural, delimitando la zona alterada y de impacto, de la zona prístina y virginal.
Los más jóvenes quedaron a la entrada de aquel hall natural. Los últimos pasos ¡caminamos sobre el nácar! hasta un claro en la montaña, donde el blanco cubre la superficie ocre de la tierra; contrastando con el profundo azul que manifiesta la bóveda celeste. El panorama en todas direcciones tiene el don de la significación; por un rato solo el mutismo dijo algo donde no había nada que decir.
En el horizonte la cordillera de la costa expone (entre otras) las alturas de Quetepe, la cumbre misteriosa del Imposible, y las serranías que llevan a Barranquín y a las llanuras del sur; el turimiquire desde lejos nos observa. Al este, el horizonte es claro y abierto, el golfo de Cariaco yace majestuoso y se pierde de vista en la distancia. Parece coronado por el parque litoral Punta Delgada, que pretende regresar y clavar su flecha de mangle en crecimiento a sotavento. La otra costa parece cercana: Barrigón y cerro Grande, por allá se encuentra Manicuare; y más allá La Margarita. Hay tantas cosas que mirar, que olvidas detallar el entorno agresivo que bordea el claro formado por la estera de conchas. Al conjunto vegetal que observamos en la base del cerro, debemos agregar más espinosos: retama, cardón, pichiguey, yaque, y cuica. Pequeños sub arbustos que engañan con su estatura, ya que con sus agudas púas, laceran inclementemente la piel al descubierto. En este paraje la naturaleza parece trabaja en equipo, primero: casi sin esfuerzo se te adhiere la tuna que parece volar hacia ti, luego: cuando te inclinas para liberarlas, ataca por la retaguardia la retama o el pichiguey; los demás aguardan hasta que te inmovilizas y mantienes al andar, el cuidado y el respeto que merece tan extraordinario lugar.
Cuando serenas la alegría, el cuadro se dibuja completo, estábamos erguidos en un sitio ocupado por nuestros lejanos parientes unos mil años antes de nosotros. En este entorno de unos treinta metros cuadrado, una familia anterior a nuestra historia hizo sentir su presencia, dejando los restos de su existencia expuestos a la intemperie. El sitio era un fósil cultural, un pedazo del pasado preservado por el muro de espinos. Solo gracias a la senda de restos calcáreos, ha sido posible redescubrir lo que siempre ha estado al descubierto.
Como monolito del pasado, una roca de tres metros de altura al borde del barranco, hendida naturalmente con una V en la parte superior, señalará el lugar del nacimiento del sol en la medianía de las tres cimas lejanas al estesudeste de nuestra aventajada posición; el día del solsticio de invierno. Al anochecer las Siete Hermanas aparecerán sobre la cima del cerro grande en la otra costa, para indicar el inicio de la roza de los conucos para la yuca y para otras venditas especies. No es correcto teorizar cuando no se cuenta con datos suficientes que permitan concluir al respecto. Pero desde esta pequeña explanada, actualmente se podría estudiar la mecánica que respetan los astros en su andar por las alturas; y con algo de paciencia apoyado en la geografía que nos circunda, establecer las efemérides que rigen los periodos de caza, pesca, y siembra. Nuestros pescadores y campesinos aun se rigen por estos lapsos y efemérides ¿Cómo las determinaron? Todos responde que en tiempo remotos, respuesta que no satisface la pregunta.
Con este y otros muchos pensamientos, descendemos felices a compartir con los jóvenes que aguardan; no sin antes otear hacia el oeste la imponente presencia del cerro La Pava, y de los cerezuelos al norte de nuestra tercera estación.

1 comentario:

Pedro Biern dijo...

Hola amigos arqueologos
Muy buena su labor en pro de la arqueologia, me gustaria publicar en mi blog ARQUEOLOGIA PALEONTOLOGIA VENEZUELA un pequeño resumen y alguna foto de esta localidad si ustedes me lo permiten
saludos y gracias