miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cap. II. Mas allá de lo caótico

Luego del encanto y certeza del descubrimiento inicial; y del desconsuelo que sobrevino ante la magnitud de la intervención destructiva del sitio arqueológico, lapidado ante la opinión de algunos profesionales consultados, que dejaban como única alternativa una operación arqueológica de rescate; con el objeto de preservar lo que “pudiera salvarse”. Una fría mañana al inicio de diciembre, después del alba, en compañía del siempre motivado Rommel Aser, puse en práctica mi propia operación de rescate, acto que repetimos la siguiente semana, debido a la profusión de trocitos cerámicos y de uno que otro conjunto que al unirlos armaron partes de piezas mayores (bases y soportes para recipientes). En esa búsqueda, y con ese andar, llegamos al borde superior del glacis, donde antes existió un “piyote” de unos treinta metros de altura, del cual solo queda la tenue huella de su estructura inferior, en lo llano. Aquí la base del cerro es amable, e invita su ascenso a pesar de las profundas cárcavas.

Elevadas una decena de metros sobre una pequeña terraza, agrupadas como manchas sobre la tierra, fuimos ambos en la soledad sorprendidos por la presencia de un gran número de variadas y diversas conchas, acentuadas por restos cerámicos; de tamaño promedio superior a los antes encontrados. Sobrevino la alegría para brindarnos compañía; con cautela para no dañar lo que consideraba intacto, caminamos por entre y alrededor del conjunto de conchas de Strombus y de los restos de otras muchas especies, que guarecieron por tanto tiempo a la intemperie, todas con perforaciones antrópicas que nos indican su destino. Maravillados por lo que resta de aquellos moluscos, detallamos otros tesoros minerales: yeso cristalizado, cuarzo, aglomeramientos en distintos encapsulados, “gotas” de barro petrificado con formas gráciles congeladas por la acción del tiempo inexorable, y muestras verdes de peridotitas (que luego despertaron gran interés de LGP por no existir reportes de su existencia de este lado del golfo); y otros tantos valores de muestras naturales y culturales que encontramos a ese nivel (nuestra segunda estación). Como las muestras de cerámica decoradas con pigmento negros y marrones; el disco de nácar a medio horadar (de dos centímetros de diámetro) que supuse impropiamente la preforma de un “botón”, olvidando la acostumbrada desnudez de sus fabricantes y la profusión en el uso de ornamentos; el raspador de cuarzo o la hachuela con huellas de percusión; artefactos diversos y desconocidos que entraron en mi entendimiento solo hasta después de conocer y detallar los Ídolos de las Islas Prometidas de los Antczak.
La frontera norte era la continuidad de la ladera, se detenía una docena de metros arriba de nuestra posición, en un nivel que por la rectitud de su borde, presumí una extensión de los daños. Ello motivo nuestro descenso, para dirigimos al sur por un valle escondido a la espalda del cerro cortado longitudinalmente al sureste de nuestro descubrimiento. Ambas alturas laterales exhiben la floresta “puyuda” de nuestro clima, ese agreste paisaje brilla por su hermosura y sus misterios. Nos adentramos en la medianía del valle por una senda salpicada por uno que otro resto cerámico mimetizado entre los desperdicios de materiales de construcción. Que fueron arrastrados en contramarcha de la quebrada intermitente, al paso del tractor que dibujó aquella ancha y somera cicatriz sobre la tierra, pero dolorosa, profunda, y dañina sobre el patrimonio que guarda nuestra pre-historia.
Recorrido el camino hasta ubicarnos en la parte elevada de nuestra anterior posición, fue posible inferir del entorno lo que allí había sucedido. Al parecer, los constructores de la urbanización al noreste, simple y llanamente tienen pensado extender sus terrazas hasta ese nivel, y quizás mas allá hasta lo profundo del valle que muere en la planta de automóviles asiáticos.
Una cascada de conchas se dejan caer desde las alturas, e indican nuestro próximo destino. Bajamos, contento y a la vez triste, me limité a escuchar los comentarios y tratar de responder las numerosas interrogantes del pequeño, que como aguijones horadaban mi entendimiento.

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