Luego del encanto y certeza del descubrimiento inicial; y del desconsuelo que sobrevino ante la magnitud de la intervención destructiva del sitio arqueológico, lapidado ante la opinión de algunos profesionales consultados, que dejaban como única alternativa una operación arqueológica de rescate; con el objeto de preservar lo que “pudiera salvarse”. Una fría mañana al inicio de diciembre, después del alba, en compañía del siempre motivado Rommel Aser, puse en práctica mi propia operación de rescate, acto que repetimos la siguiente semana, debido a la profusión de trocitos cerámicos y de uno que otro conjunto que al unirlos armaron partes de piezas mayores (bases y soportes para recipientes). En esa búsqueda, y con ese andar, llegamos al borde superior del glacis, donde antes existió un “piyote” de unos treinta metros de altura, del cual solo queda la tenue huella de su estructura inferior, en lo llano. Aquí la base del cerro es amable, e invita su ascenso a pesar de las profundas cárcavas.
La frontera norte era la continuidad de la ladera, se detenía una docena de metros arriba de nuestra posición, en un nivel que por la rectitud de su borde, presumí una extensión de los daños. Ello motivo nuestro descenso, para dirigimos al sur por un valle escondido a la espalda del cerro cortado longitudinalmente al sureste de nuestro descubrimiento. Ambas alturas laterales exhiben la floresta “puyuda” de nuestro clima, ese agreste paisaje brilla por su hermosura y sus misterios. Nos adentramos en la medianía del valle por una senda salpicada por uno que otro resto cerámico mimetizado entre los desperdicios de materiales de construcción. Que fueron arrastrados en contramarcha de la quebrada intermitente, al paso del tractor que dibujó aquella ancha y somera cicatriz sobre la tierra, pero dolorosa, profunda, y dañina sobre el patrimonio que guarda nuestra pre-historia.
Recorrido el camino hasta ubicarnos en la parte elevada de nuestra anterior posición, fue posible inferir del entorno lo que allí había sucedido. Al parecer, los constructores de la urbanización al noreste, simple y llanamente tienen pensado extender sus terrazas hasta ese nivel, y quizás mas allá hasta lo profundo del valle que muere en la planta de automóviles asiáticos.
Una cascada de conchas se dejan caer desde las alturas, e indican nuestro próximo destino. Bajamos, contento y a la vez triste, me limité a escuchar los comentarios y tratar de responder las numerosas interrogantes del pequeño, que como aguijones horadaban mi entendimiento.
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